domingo, 11 de octubre de 2009

FAMILIA FUNCIONAL Y FAMILIA DISFUNCIONAL


FAMILIA FUNCIONAL: Son familias cuyas relaciones e interacciones hacen que su eficacia sea aceptable y armónica. Éstas se caracterizan por los factores siguientes:

1. Los padres son y se comportan como padres y los hijos son y se comportan como hijos --- algo que, para algunos, resulta extraordinario.

2. La organización jerárquica es clara. Padre y Madre comparten la autoridad en forma alternada, sin conflictos y balanceada.

3. Los límites para el comportamiento son claros y legítimos. Se cumplen y se defienden.

4. Las fases del ciclo vital y sus puntos críticos se atraviesan sin dificultad para identificar y resolver problemas.

5. Los miembros tienen capacidad para reconocer y resolver dilemas personales por medio de la comunicación abierta.

6. La comunicación misma, es clara y directa.

7. Los miembros de la familia tienen identidad personal propia, y se aceptan unos a otros tal cual son, pero, lo hacen sin imponer comportamientos desatinados en los demás.

8. Cada cual puede expresar lo que siente sin que se creen conflictos entre los miembros del grupo, pero lo hacen sin esperar que se acaten normas conflictivas con los valores establecidos y con las reglas señaladas.

9. Se admiten las diferencias o discrepancias de opiniones cuando éstas surjan.

10. La conducta de cada miembro es consonante con su autoridad sus deberes y su persona misma.

11. Cada miembro invierte en el bienestar de otros. Todos trabajan y todos contribuyen al bienestar común.

12. El control de la conducta es flexible.

Para Virginia Satir, la Familia Funcional, la cual ella llama "nutridota" se caracteriza por:

• Escucharse unos a los otros, hablando claro.
• Se aceptan las diferencias, los desacuerdos y los errores de cada quien, con juicio crítico.
• Se acepta la individualidad fructifica.
• Se promueve la madurez.
• Todos se miran cara a cara cuando hablan.
• Hay armonía en las relaciones.
• Se demuestran y manifiestan mucho contacto físico entre unos y otros.
• Se hacen planes juntos y todos disfrutan el compartir juntos.
• Todos son honestos y sinceros entre ellos.

FAMILIA DISFUNCIONAL
Revisemos algunas de las características más centrales de estas familias:

1. Dentro de una familia disfuncional existe una incapacidad para reconocer y satisfacer las necesidades emocionales básicas de cada uno de sus miembros; aunque pueda existir el deseo de encargarse y proteger a los niños, no se sabe o no se entiende claramente cómo hacerlo en una forma natural y espontánea. Ambos padres o uno de ellos se siente íntimamente presionado a cumplir con su tarea, y tal presión interna se convierte en ansiedad, en desasosiego y exigencias hacia el propio niño para que cumpla su desarrollo de acuerdo a lo que los padres esperan y no de acuerdo al ritmo natural evolutivo propio. Cuando esta presión interna es muy intensa y persistente, los participantes caen en la desesperación que suele convertirse en castigos físicos y/o malos tratos psicológicos que dañan profundamente la psiquis del niño o joven. Que lo confunden, lo angustian y lo atemorizan. Porque el niño necesita oír a su alrededor voces acogedoras, tiernas y tranquilas.

2. Los miembros de una familia disfuncional, generalmente son personas psicológicamente rígidas, exigentes, críticas y desalentadoras; que no pueden, no quieren, o no saben reforzar y recompensar cálidamente los logros paulatinos de los niños y premiar sus esfuerzos, si este se comporta bien. Seres que piensan, rígida y equivocadamente, que es deber del propio niño cumplir correctamente y a tiempo todas sus operaciones.

3. Siendo personas rígidas, éstas adoptan gestos, aficiones e intereses que tratan de imponer a toda costa a los demás miembros, mientras asignan cerradamente sus criterios a los demás destruyendo la comunicación y la expresión natural y personal de cada uno y con ello, anulan su desarrollo como persona.

4. Tampoco saben cómo discutir abierta y naturalmente los problemas que aquejan al grupo familiar y se recurre, entonces al mecanismo de negar u ocultar los problemas graves. Se imponen sutil o abiertamente prohibiciones o tabúes dentro del grupo, se desarrolla una sobreprotección melosa que impide que el niño pueda aprender de sus propios errores. El sentimiento de fracaso de los padres en su tarea puede llevarlos, y muchas veces lo tienen de antes, a un vacío interior y a un estado de angustia que suelen paliar a través de consumo de tranquilizantes, alcohol o drogas, o a comportamientos adictivos, como son el trabajo excesivo, el comer en exceso, o la actividad sexual promiscua --- lo que, por sí, sólo agrava el problema. Cuando el vacío es mayor, y se produce un distanciamiento anormal y el abandono real del niño, la familia se quiebra y se descompone y se pierden los objetivos vitales.

Desorden de roles y sentimiento de abandono emocional

5. Dentro de una familia disfuncional se produce un desorden y confusión de los roles individuales, llegándose a una real inversión de papeles por lo cual los padres se comportan como niños y éstos recibiendo exigencias de adultos, se siente obligados a confortar a sus inmaduros padres y al no lograr hacerlo, los niños se sienten culpables de los conflictos de los mayores.
Se esfuma así la inocencia, la creatividad, la transparencia de la niñez y se desarrollan actitudes de culpabilidad, fracaso, resentimiento, ridículo, depresión, auto-devaluación e inseguridad ante el mundo social que les rodea.

6. Cuando un niño se desarrolla dentro de una familia disfuncional lo que más siente es el abandono emocional y la privación. Cuando esto sucede, el niño responde con una vergüenza tóxica muy arraigada que engendra ira inicial, ya que no hay nadie que lo acompañe y se dé cuenta de su dolor. En estas familias los niños sobreviven acudiendo a todas las defensas de su ego y su energía emocional queda congelada y sin resolver.

7. Cuando los padres toman conciencia que contaminan sus vidas con arranques de ira, reacciones exageradas, problemas conyugales, adicciones, paternidad inadecuada, miedos y relaciones dolorosas y nocivas, tienen que asumir conscientemente sus propias limitaciones como personas y buscar ayuda en otras personas sanas, ya sean familiares o amigos o terapeutas que tengan condiciones personales para ayudar de manera segura y eficaz.
Entendemos por personas sanas aquéllas que entre otras características saben escuchar, aceptan sin juzgar, son claras, y en las relaciones, no son competitivas ni generan mensajes conflictivos.

En resumen
Las familias que son funcionales son familias donde los roles de todos los miembros están establecidos sin que existan puntos críticos de debilidades asumidas y sin ostentar posiciones de primacía, artificial y asumida, por ninguno de los miembros; y donde todos colaboran, trabajan, contribuyen y cooperan igualmente y con entusiasmo por el bienestar colectivo.

Bibliografía
Freud, S: Group Psychology and the Analysis of the Ego (1921) The Pelican Freud Library London
Le Bon, G: A Study of the Popular Mind (2002) Dover NY
Yalom, I. and Leszcz, M: The Theory and Practice of Group Psychotherapy (2005) Basic Books
Lassiter, M. D: The Silent Majority (2007) Princenton University Press NY
Larocca, F. E. L: (May 1987) Self-Help: An Economical, Practical, and Essential Therapeutic Tool for the Treatment of Eating and Mood Disorders. Published Proceedings of the International Symposium on Eating Disorders Jerusalem. Haifa
Satir, V: Satir Model: Family Therapy and Beyond (1991) Science and Behavior Books NY
Larocca, F. E. F: De la Función Dinámica y del Poder Singular de los Grupos
Larocca, F. E. F: El Grupo de Apoyo Mutuo Como Religión Secular

Dr. Félix E. F. Larocca

Elogio a la familia


William Pinillos (Trujillo - Perú, 1964), es egresado de la Escuela Superior de Bellas Artes “Macedonio de la Torre” (Trujillo). Realizó su primera individual en 1994 y ha expuesto en importantes Galerías de Panamá, Puerto Rico, Bélgica, Ecuador, Estados Unidos, Venezuela, Chile y España. Su obra, merecedora de importantes reconocimientos, se exhibe en muestras colectivas e individuales y en numerosos eventos de carácter nacional e internacional. Actualmente es representado en Panamá por la Galería Habitante y por Arthus Gallery en Bélgica.

Fuente: Arte en la red


Los límites, punto de conflicto generacional
Encontrar juntos el equilibrio parece ser el mejor camino

Dejar la severidad a un lado para respetar la libertad de los chicos. Este fue sólo uno de los consejos del recientemente fallecido pediatra norteamericano Benjamin Spock.

Dichos mandamientos le valieron la admiración de millones de padres que siguieron sus teorías como si se trataran de dogmas y la reprobación de otros que no dudaron en llamarlo "el padre de la permisividad". Y la controversia continúa.
Luego de enconadas discusiones acerca de los límites que se deben poner a los hijos, los padres aún se preguntan si es bueno adjudicar al chico responsabilidades que quizá no está en condiciones de asumir.

¿Es bueno que las familias sean más flexibles durante las vacaciones? ¿Cómo se logra volver a la normalidad después de ese período? ¿Los chicos piden límites o exigen libertad irrestricta?

Permisividad versus severidad. Si bien los especialistas aseguran que cada hijo es un mundo distinto, coinciden en que ambas posturas son poco sanas para chicos y adolescentes y que en el punto medio se encontrará el equilibrio.

Los padres, de acuerdo con el sociólogo Antonio Domini, deben establecer límites máximos y mínimos entre los que se pueden mover sus hijos. Estos estarán dados por el cúmulo de valores de cada familia.

El dolce far niente

"Muchos padres creen que los límites son una falta de respeto a la libertad de sus hijos y entonces le permiten hacer lo que ellos quieren", opinó el sociólogo Jaime Barylko.
Pero la permisividad, a la luz del especialista, puede ser un pretexto para que los hijos no molesten.
En tanto, los chicos aseguran que disfrutan de mayor libertad durante el verano y que se irritan cuando sus padres pretenden volver a establecer las prohibiciones que rigen durante el resto del año.

En una mesa redonda organizada por La Nación, los adolescentes coincidieron en que durante las vacaciones obtienen de sus padres un mayor margen de libertad. Por caso, Pilar Cajaraville, de 15 años, aseguró: "En el verano me dejan hacer más cosas porque mi madre ya no tiene la excusa del estudio".
Ya sea porque quieren pasar unas vacaciones en paz o porque los chicos y ellos mismos se merecen un descanso, los padres admiten que son menos rígidos en ese período.
Sin embargo, después llegan las clases y con ellas, los problemas. Consuelo Velardi, de 39 años y madre de Alejandro, de 14, se lamentó: "Si bien en las vacaciones lo dejo salir más, cuando empieza el colegio le tengo que poner más límites porque pretende seguir con el mismo ritmo".

Pese a ello, Barylko sostuvo que los límites no pueden cambiarse de un día para el otro. Ni en verano, ni en invierno.

Otro tanto consideró la psicóloga María Cristina Martínez Bouqué. Para ella, cada chico es un mundo diferente, por lo que cada padre tiene que aprender a conocer a su hijo y, a partir de allí, analizar cuáles son las restricciones que deberá imponer.
"Hay chicos que necesitan límites y otros, más espacio. Los padres tienen que ver qué responsabilidades puede tomar cada chico en cada caso", aseguró la especialista.

Sinónimo de preocupación

Consultados acerca de si quieren restricciones, los adolescentes consultados respondieron con un contundente sí y aceptaron que la falta de controles paternos los asusta y molesta.
La clave se encontró en que, si bien no siempre están de acuerdo con que se les restrinja la libertad, los hijos consideran que los límites son una muestra de la preocupación y el amor de sus padres.

"Tanta liberación me haría sentir mal, porque creería que no me cuidan lo suficiente. Necesitás un 50 por ciento de límites y otro 50 de permiso", sostuvo Lorena Molina, de 17 años.

Algo similar dijo Martín Ruiz, de 17 años: "Dos padres liberales demuestran que no les importás. Es feo sentir que hacen cualquier cosa por sacarte de encima".

Cuando los chicos transgreden límites, según considera el sociólogo Domini, en realidad lo que están haciendo es pedirlos a los gritos. "Hay restricciones de tipo social que pueden ser más laxos, pero con los que se refieren a los principios éticos de una familia hay que tener más cuidado."

Ya sea por defecto o por exceso, todos los padres están tentados de caer en el extremo. "Algunos tienen dificultades para saber cuál es la norma correcta y otros exageran por miedo. Hay que buscar un equilibrio entre estas posturas que se adecue a la realidad de los hijos", según Martínez Bouqué.

El diálogo entre padres e hijos, lo que para Domini da la pauta de un sentido democrático en la familia moderna, parece ser la mejor forma de encontrar los límites adecuados.

"No sólo implica ponerse de acuerdo, sino hacer que el chico razone, que entienda por qué se le dice que sí a unas cosas y no a otras. Cuando entienden eso, los hijos son muchas veces más estrictos en el respeto a los límites que sus padres", concluyó el sociólogo.

Diario La Nación / Noticias de Información general
Lunes 23 de marzo de 1998 Publicado en edición impresa

Notas Relacionadas:

“Barajar y dar de nuevo"
Revista Nueva

sábado, 10 de octubre de 2009

RESPETO - Por el Dr. Mario Rosen


En mi casa me enseñaron bien.
Cuando yo era un niño, en mi casa me enseñaron a honrar dos reglas sagradas:
Regla N° 1: En esta casa las reglas no se discuten.
Regla N° 2: En esta casa se debe respetar a papá y mamá.

Por el Dr. Mario Rosen

Y esta regla se cumplía en ese estricto orden. Una exigencia de mamá, que nadie discutía... Ni siquiera papá. Astuta la vieja, porque así nos mantenía a raya con la simple amenaza: “Ya van a ver cuando llegue papá”. Porque las mamás estaban en su casa. Porque todos los papás salían a trabajar... Porque había trabajo para todos los papás, y todos los papás volvían a su casa.
No había que pagar rescate o ir a retirarlos a la morgue. El respeto por la autoridad de papá (desde luego, otorgada y sostenida graciosamente por mi mamá) era razón suficiente para cumplir las reglas.

Usted probablemente dirá que ya desde chiquito yo era un sometido, un cobarde conformista o, si prefiere, un pequeño fascista, pero acépteme esto: era muy aliviado saber que uno tenía reglas que respetar. Las reglas me contenían, me ordenaban y me protegían. Me contenían al darme un horizonte para que mi mirada no se perdiera en la nada, me protegían porque podía apoyarme en ellas dado que eran sólidas. Y me ordenaban porque es bueno saber a qué atenerse. De lo contrario, uno tiene la sensación de abismo, abandono y ausencia.

Las reglas a cumplir eran fáciles, claras, memorables y tan reales y consistentes como eran “lavarse las manos antes de sentarse a la mesa” o “escuchar cuando los mayores hablan”.

Había otro detalle, las mismas personas que me imponían las reglas eran las mismas que las cumplían a rajatabla y se encargaban de que todos los de la casa las cumplieran. No había diferencias. Éramos todos iguales ante la Sagrada Ley Casera.

Sin embargo, y no lo dude, muchas veces desafié “las reglas” mediante el sano y excitante proceso de la “travesura” que me permitía acercarme al borde del universo familiar y conocer exactamente los límites. Siempre era descubierto, denunciado y castigado apropiadamente.

La travesura y el castigo pertenecían a un mismo sabio proceso que me permitía mantener intacta mi salud mental. No había culpables sin castigo y no había castigo sin culpables. No me diga, uno así vive en un mundo predecible.

El castigo era una salida terapéutica y elegante para todos, pues alejaba el rencor y trasquilaba a los privilegios. Por lo tanto las travesuras no eran acumulativas. Tampoco existía el dos por uno. A tal travesura tal castigo. Nunca me amenazaron con algo que no estuvieran dispuestos y preparados a cumplir.

Así fue en mi casa. Y así se suponía que era más allá de la esquina de mi casa. Pero no. Me enseñaron bien, pero estaba todo mal. Lenta y dolorosamente comprobé que más allá de la esquina de mi casa había “travesuras” sin “castigo”, y una enorme cantidad de “reglas” que no se cumplían, porque el que las cumple es simplemente un estúpido (o un boludo, si me lo permite).

El mundo al cual me arrojaron sin anestesia estaba patas para arriba. Conocí algo que, desde mi ingenuidad adulta (sí, aún sigo siendo un ingenuo), nunca pude digerir, pero siempre me lo tengo que comer: "la impunidad". ¿Quiere saber una cosa? En mi casa no había impunidad. En mi casa había justicia, justicia simple, clara, e inmediata. Pero también había piedad.

Le explicaré: Justicia, porque “el que las hace las paga”. Piedad, porque uno cumplía la condena estipulada y era dispensado, y su dignidad quedaba intacta y en pie. Al rincón, por tanto tiempo, y listo... Y ni un minuto más, y ni un minuto menos. Por otra parte, uno tenía la convicción de que sería atrapado tarde o temprano, así que había que pensar muy bien antes de sacar los pies del plato.

Las reglas eran claras. Los castigos eran claros. Así fue en mi casa. Y así creí que sería en la vida. Pero me equivoqué. Hoy debo reconocer que en mi casa de la infancia había algo que hacía la diferencia, y hacía que todo funcionara. En mi casa había una “Tercera Regla” no escrita y, como todas las reglas no escritas, tenía la fuerza de un precepto sagrado. Esta fue la regla de oro que presidía el comportamiento de mi casa:

Regla N° 3: No sea insolente. Si rompió la regla, acéptelo, hágase responsable, y haga lo que necesita ser hecho para poner las cosas en su lugar.

Ésta es la regla que fue demolida en la sociedad en la que vivo. Eso es lo que nos arruinó. LA INSOLENCIA. Usted puede romper una regla -es su riesgo- pero si alguien le llama la atención o es atrapado, no sea arrogante e insolente, tenga el coraje de aceptarlo y hacerse responsable. Pisar el césped, cruzar por la mitad de la cuadra, pasar semáforos en rojo, tirar papeles al piso, tratar de pisar a los peatones, todas son travesuras que se pueden enmendar... a no ser que uno viva en una sociedad plagada de insolentes. La insolencia de romper la regla, sentirse un vivo, e insultar, ultrajar y denigrar al que responsablemente intenta advertirle o hacerla respetar. Así no hay remedio.

El mal de los Argentinos es la insolencia. La insolencia está compuesta de petulancia, descaro y desvergüenza. La insolencia hace un culto de cuatro principios:

- Pretender saberlo todo
- Tener razón hasta morir
- No escuchar
- Tú me importas, sólo si me sirves.

La insolencia en mi país admite que la gente se muera de hambre y que los niños no tengan salud ni educación. La insolencia en mi país logra que los que no pueden trabajar cobren un subsidio proveniente de los impuestos que pagan los que sí pueden trabajar (muy justo), pero los que no pueden trabajar, al mismo tiempo cierran los caminos y no dejan trabajar a los que sí pueden trabajar para aportar con sus impuestos a aquéllos que, insolentemente, les impiden trabajar. Léalo otra vez, porque parece mentira. Así nos vamos a quedar sin trabajo todos. Porque a la insolencia no le importa, es pequeña, ignorante y arrogante.

Bueno, y así están las cosas. Ah, me olvidaba, ¿Las reglas sagradas de mi casa serían las mismas que en la suya? Qué interesante. ¿Usted sabe que demasiada gente me ha dicho que ésas eran también las reglas en sus casas? Tanta gente me lo confirmó que llegué a la conclusión que somos una inmensa mayoría. Y entonces me pregunto, si somos tantos, ¿por qué nos acostumbramos tan fácilmente a los atropellos de los insolentes? Yo se lo voy a contestar.

PORQUE ES MÁS CÓMODO, y uno se acostumbra a cualquier cosa, para no tener que hacerse responsable. Porque hacerse responsable es tomar un compromiso y comprometerse es aceptar el riesgo de ser rechazado, o criticado. Además, aunque somos una inmensa mayoría, no sirve para nada, ellos son pocos pero muy bien organizados. Sin embargo, yo quiero saber cuántos somos los que estamos dispuestos a respetar estas reglas.

Le propongo que hagamos algo para identificarnos entre nosotros. No tire papeles en la calle. Si ve un papel tirado, levántelo y tírelo en un tacho de basura. Si no hay un tacho de basura, llévelo con usted hasta que lo encuentre. Si ve a alguien tirando un papel en la calle, simplemente levántelo usted y cumpla con la regla 1. No va a pasar mucho tiempo en que seamos varios para levantar un mismo papel.

Si es peatón, cruce por donde corresponde y respete los semáforos, aunque no pase ningún vehículo, quédese parado y respete la regla.

Si es un automovilista, respete los semáforos y respete los derechos del peatón. Si saca a pasear a su perro, levante los desperdicios.

Todo esto parece muy tonto, pero no lo crea, es el único modo de comenzar a desprendernos de nuestra proverbial INSOLENCIA. Yo creo que la insolencia colectiva tiene un solo antídoto, la responsabilidad individual. Creo que la grandeza de una nación comienza por aprender a mantenerla limpia y ordenada. Si todos somos capaces de hacer esto, seremos capaces de hacer cualquier cosa..

Porque hay que aprender a hacerlo todos los días. Ése es el desafío. Los insolentes tienen éxito porque son insolentes todos los días, todo el tiempo. Nuestro país está condenado: O aprende a cargar con la disciplina o cargará siempre con el arrepentimiento.

¿A USTED QUÉ LE PARECE? ¿PODREMOS RECONOCERNOS EN LA CALLE?
Espero no haber sido insolente. En ese caso, disculpe.


El Dr. Mario A. Rosen es médico, educador, escritor, y empresario exitoso. Tiene 63 años. Socio fundador de Escuela de Vida, Columbia Training System, y Dr. Rosen & Asociados. Desde hace 15 años coordina grupos de entrenamiento en Educación Responsable para el Adulto. Ha coordinado estos cursos en Neuquén, Córdoba, Tucumán, Rosario, Santa Fe, Bahía Blanca y en Centro América. Médico residente y Becario en Investigación clínica del Consejo Nacional de Residencias Médicas (UBA). Premio Mezzadra de la Facultad de Ciencias Médicas al mejor trabajo de investigación (UBA). Concurrió a cursos de perfeccionamiento y actualización en conducta humana en EEUU y Europa. Invitado a coordinar cursos de motivación en Amway y Essen Argentina, Dealers de Movicom Bellsouth, EPSA, Alico Seguros, Nature, Laboratorios Parke Davis, Melaleuka Argentina, BASF.

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